Geo Infantil
Historia de un amonite en el Cretácico
| Cuento e ilustración Mauro Castillo – Licenciado en Geología, Universidad de Concepción (Invitado)
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Entre 145 y 65 millones de años atrás, durante el periodo Cretácico, gran parte de la Región del Biobío (ubicada en la zona centro-sur de Chile) se encontraba sumergida en un mar de aguas poco profundas. Diferentes criaturas que hoy ya no existen habitaban este lugar, destacando entre ellas un curioso amonite el cual se encontraba nadando a través de las corrientes, impulsándose a través de pequeños chorros de agua.
Los amonites nunca se caracterizaron por ser curiosos, pero el protagonista de esta historia siempre fue una excepción. Al contrario del resto de sus amigos enrollados, este amonite tenía una concha lisa y casi completamente recta. Además, desde pequeño se hacía las más grandes preguntas, dejando muchas veces acorralados a sus pares más adultos. De todas las preguntas, siempre hubo una que concentró la fascinación y la energía del inteligente animalito.
— ¿Por qué no puedo ver el sol? — Se preguntaba el amonite, desplazándose hacia su destino con asombrosas e intrincadas piruetas.
Lo único que el amonite conocía del sol, eran los delicados rayos de luz que ocasionalmente alcanzaban las profundidades en las que este se desenvolvía y las historias que había escuchado de los legendarios plesiosaurios, unos enormes reptiles marinos que podían llegar a medir hasta doce metros.
Dos clases de amonites: el protagonista de nuestra historia de concha recta y su pariente de concha espiral
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— ¿A dónde te diriges? — Resonó de pronto una voz desde lo profundo del océano.
El amonite desconcertado, comenzó a girar en círculos buscando el origen de aquellas palabras. Después de un rato de búsqueda sin éxito, comenzó a creer que estaba enloqueciendo.
— ¿A dónde te diriges? — Se escuchó de nuevo y con más fuerza la misma pregunta.
— ¿Quién eres tú? — Preguntó gritando el amonite, impulsado en parte por la curiosidad y en parte por el miedo.
— Yo soy la arena, mucho gusto en conocerte. Nunca había visto a alguien nadar con tanta prisa por estos lados. — Replicó la misteriosa voz.
— Eso es porque estoy en búsqueda del sol, y si no me apuro va a volver a desaparecer. — Contestó el amonite, aliviado porque por suerte el extraño terminó siendo amistoso.
El amiguito de nuestra historia, conversando con su nueva amiga la arena
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La arena era muy sabia, ya que provenía de la superficie. Comenzó a explicarle al amonite el funcionamiento del sol. Primero le enseñó que el sol solo se podía ver la mitad del día, ya que la Tierra giraba, no siempre estaba apuntándolo con la misma cara, y que era por eso que él siempre lo terminaba perdiendo. También le explicó que si quería ver el sol tenía que nadar hacia arriba y no buscarlo a través de las corrientes. El amonite estaba extasiado, nunca había conocido a alguien que supiera tantas cosas y menos había conocido a alguien que no fuera nativo del mar. Se dio cuenta que el mundo era mucho más grande de lo que él imaginaba y eso lo llenó de motivación.
Luego de haber conversado por un buen rato, ambos se despidieron y el amonite volvió a emprender su viaje, pero esta vez siguiendo los consejos que había recibido.
— ¿Cuánto faltará para ver el sol? — Pensaba el ya cansado amonite, luego de haber nadado hacia arriba por tanto tiempo que ya había perdido la cuenta.
De un momento a otro, comenzó a sentirse decaído y sus tentáculos nadaban cada vez con menos fuerza. Con el pasar de las horas, su energía se agotó y comenzó a caer lentamente hacia el fondo. Una vez en el lecho marino, la arena comenzó tristemente a cubrirlo para protegerlo. Mucho más tiempo pasó, capas y capas de arena cubrieron al amonite que ahora yacía durmiente en la arena. Tanto tiempo pasó y tanta arena se acumuló, que de pronto, la arena se convirtió en roca y adquirió un aspecto verdoso y envejecido. Eventualmente, la arena que ahora era roca también se durmió, permaneciendo junto al amonite en ese estado durante algunos millones de años.
Amonite al final pudo cumplir su sueño
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— ¡Despierta, Despierta! — Comenzó a gritar con mucha euforia el amonite que ahora se había transformado en un fósil.
La arena despertó de golpe, estaba muy feliz de poder volver a ver al amonite, pero no entendía la razón de tanta euforia.
— ¡Es el sol! — Vitoreaba el amonite, que por fin pudo lograr su más anhelado objetivo. Aun así, su mente no dejaba de preguntarse qué era lo que había pasado. La arena por su parte, lo entendió de inmediato. La tierra se había apretado, el mar se había recogido y ellos se habían elevado.
— ¿Cómo era que se llamaba? ¿Una regresión marina? — Al final, a la arena no le importó. Lo único que le importaba era que su amigo pudo cumplir su sueño.
Curiosidades
El amiguito del cuento es un Baculites, amonite extinto de concha recta, a diferencia de los otros amonites de concha espiral. Los amonites habitaron los mares durante 350 millones de años antes de extinguirse.